EL DRUIDA, EL REY Y LA SOBERANÍA SAGRADA
Raúl Garrobo Robles
El presente texto forma parte del ensayo El druida, el rey y la soberanía sagrada. Aspectos míticos del antiguo pensamiento céltico irlandés a través del espejo de la primera Grecia. Este ensayo fue publicado por Eikasía. Revista de filosofía en su número 17 (Oviedo, 2008) y puede ser consultado en los siguientes enlaces:
EL DRUIDA, EL REY Y LA SOBERANÍA SAGRADA
Desde que Georges Dumézil
dedicara el conjunto de sus investigaciones a desentramar la estructura ideológica
trifuncional de las antiguas sociedades indoeuropeas, entre ellas la irlandesa,
el estudio comparado de los relatos míticos de estos pueblos ha logrado en
muchos casos despejar el acceso a su pasado oscuro e incierto. Gracias a estas
investigaciones, hoy sabemos que la ideología de los distintos grupos
indoeuropeos se articulaba por lo común sobre tres pilares o funciones bien
definidas (la soberanía, la fuerza física y la fecundidad) de cuya colaboración
armoniosa dependía la prosperidad de la sociedad sobre la que operaban. Aun
así, más allá de la utilidad de las dos últimas funciones, sólo la primera de
estas tres interesa a nuestro estudio, pues es en ella, como advierte Dumézil,
donde habremos de encontrar la «administración de lo sagrado,
del poder y del derecho», lo que equivale a decir que es en ella donde habremos de
localizar las tareas y asignaciones del druida y del rey.
La reina Medb con uno de sus druidas (ilustración de Stephen Reid).
Las diferentes composiciones
célticas que han llegado hasta nosotros, ya sean éstas irlandesas, galesas o
bretonas, contienen numerosos ejemplos del binomio indoeuropeo rey-druida.
Algunos de éstos, como es el caso del formado por Sencha y Conchobar en el
Ciclo del Ulster, ya ha sido estudiado por nosotros en otras entradas de este
blog. Sin embargo, de entre todos los que pueden ser citados, el más
representativo de todos, a nuestro juicio, no es otro que el constituido, cómo
no, por el afamado rey bretón, Arturo, y su inseparable consejero y mago,
heredero de los druidas, Merlín. Más allá de lo que pueda parecer, no es éste
un ejemplo menor; por el contrario, en él es perfectamente posible reconocer el
papel decisivo del druida en lo que concierne a la elección del rey como
gobernante sagrado, que no divino, y a su tarea de dirigir y controlar el buen
comportamiento de este último con el objeto de salvaguardar la prosperidad del
reino y de la comunidad en él incluida. Efectivamente, a través de su visión
profética Merlín predice y prepara la llegada de Arturo, el rey llamado a
devolver el esplendor y la prosperidad a los bretones. Tal y como apunta
Markale, «es Merlín el que, por persona interpuesta, se encarga de la
educación del joven Arturo; es él quien establece las pruebas mediante las
cuales se reconocerá a Arturo como monarca sagrado: el episodio del bloque de
piedra en el que está clavada la espada es el equivalente de los rituales mágicos
que precedían a la elección del rey entre los irlandeses. Es Merlín el que
aconseja a Arturo en todas sus acciones, el que le hace emprender expediciones,
el que le hace establecer la Mesa Redonda y sus caballeros. En fin, es él el
que desvela las grandes líneas de la leyenda del Graal y el que provoca la famosa
Búsqueda del Graal. Y el reino empezará a periclitar el día en que Merlín desaparezca».
Jean Markale, Druidas. Tradiciones y dioses de los celtas, Taurus, Madrid, 1989.
En efecto, en tanto que intermediarios entre lo profano y la naturaleza sagrada conforme a la cual la sociedad irlandesa debía regirse, tan sólo los druidas albergaban privilegios por encima de su rey. Así lo expresa con toda claridad uno de los pasajes más citados de la antigua literatura de la isla, el cual puede ser localizado en La embriaguez de los ulates:
«Uno de los gessa [interdictos] de los ulates es hablar antes que el rey, y uno de los gessa del rey es hablar antes que un druida».
Además, cuando así se requería,
eran los druidas quienes debían preparar el ritual mántico conocido como tarbfhes (literalmente “festín del
toro”) a través del cual debía ser elegido el nuevo rey. En esta ocasión el
pasaje que mejor puede ilustrar este proceso se localiza en La postración de Cú Chulainn, pues no
por azar es este uno de los más importantes documentos antropológicos de la
antigua Irlanda que obran en nuestro poder:
«se hizo la ceremonia del toro [tarbfhes]. En ella se destinaba al sacrificio un toro blanco, y a un solo hombre a engullir hasta la saciedad de su carne y de su caldo. Bajo este hartazgo, se producía un sueño [chotlud] mientras cuatro druidas cantaban [chantain] un conjuro de la verdad [ór fírindi]. Por obra de los druidas, se revelaba en la visión [aslingi] qué clase de hombre debía ser hecho rey, según su aspecto y descripción observados en la visión, y qué se debía hacer al respecto».
Este ritual, qué duda cabe, puede ser puesto en conexión con los procedimientos de adivinación mántica. En efecto, el sueño (cotlud) que aparece descrito en el pasaje que acabamos de contemplar nos recuerda el sueño de tipo incubatorio al que se sometían los gobernantes mesopotámicos y minoico-micénicos para alcanzar la revelación. Asimismo, también la visión (aislinge), fruto del viaje onírico provocado por comer la carne del toro, se encuentra en la misma línea que las visiones chamánicas que, como sabemos, hubieron de trastocar en Grecia la concepción tradicional del alma-vida abriendo la puerta al pitagorismo. De la misma manera, el conjuro de la verdad (ór fírindi) que los druidas cantan con objeto de propiciar una visión legítima no se encuentra muy alejado de las pretensiones de veracidad que exhiben los maestros de verdad griegos cuando hacen depender sus conocimientos de potencias mítico-religiosas como Mnemósyne o de ramas de laurel llamadas a vincular su persona con lo sagrado; pues, no lo olvidemos, en Irlanda la sabiduría druídica también provenía en último término de las aguas y los árboles sagrados. Sin embargo, más allá de estas similitudes, las cuales nos ayudan a comprender mejor ambos escenarios, lo verdaderamente importante de este ritual mantico, aquello por lo que resulta tan valioso para nuestro estudio, es su capacidad para mostrar el aspecto sagrado de una ceremonia en la que, por mediación de los druidas, se debía elegir a la persona que en lo sucesivo habría de garantizar con su comportamiento la prosperidad del grupo social.
La embriaguez de los ulates y otras andanzas de Cú Chulainn, traducción de Juan Renales y Pilar Ortiz, Torre Manrique Publicaciones, Madrid, 1989.
La elección del rey dependía
por entero de los druidas, pues éstos, en tanto que portadores de la sabiduría
sagrada, eran los únicos que podían legitimarlo para el poder. Con objeto de
ilustrar esta misma afirmación, en su artículo The king, the poet and the sacred tree Alden Watson ha descrito la
ceremonia de investidura de uno de estos reyes tal y como aparece registrada en
una antigua oda irlandesa. Según ésta, eran los filid, los herederos de los druidas, quienes otorgaban al elegido
la vara que le convertía en rey y que en ocasiones era cortada directamente del
árbol sagrado de la tribu, símbolo de la soberanía real. Por ello, escribe
Watson, «el concepto que subyace bajo este ritual es evidente: la sabiduría
sagrada es el componente básico de la soberanía. El rey no puede llegar a ser
rey ni continuar siéndolo a menos que sea imbuido con la sabiduría sagrada que
sólo el poeta [el fili] puede
otorgarle». Como consecuencia, el rey debía respetar a los druidas que lo
habían sentado en el trono y satisfacer sus demandas, siempre y cuando éstas no
perjudicaran a la comunidad, pues, de lo contrario, aquéllos podían volverse
contra él y retirarle su autoridad.
El perro del Ulster. Una gesta de la antigua Irlanda, traducción de José Manuel Álvarez Flórez, con un epílogo histórico de Eamon Butterfield, Muchnik Editores, Madrid, 1988.
De acuerdo con los manuscritos que obran en nuestro poder, uno de los procedimientos usuales empleados por la clase intelectual druídica como represalia ante el incumplimiento por parte del monarca de los tres requisitos ineludibles de la soberanía consistía en derribar el árbol de donde el rey, por mediación de los druidas, extraía la legitimidad sagrada de su reinado. En esta ocasión, el mejor ejemplo que podemos citar es un pequeño fragmento perteneciente a una de las numerosas dindshenchas o composiciones topográficas, la cual se ocupa, por lo demás, de la llanura conocida como Mag Mugna. En ésta, según el texto, se alzaba un gran roble sagrado vinculado a la monarquía suprema de Irlanda:
«Tres clases de frutos había sobre él, a saber, bellotas, manzanas y avellanas; y cuando el primero caía, otro fruto solía crecer. Largo tiempo permaneció oculto, hasta el nacimiento de Conn el de las Cien Batallas [...]. Ninine el poeta lo derribó en los días de Domnall meic Murchad, rey de Irlanda, el cual había rechazado una de las demandas de Ninine».
Como no podía ser de otro
modo, la capacidad del árbol sagrado de Mag Mugna para producir frutos
constantemente responde en el pensamiento creador de mitos a la imagen del rey
céltico que debe abastecer a su pueblo. Por ello, cuando el monarca no cumplía
con lo que de él se esperaba, eran los miembros de la clase intelectual druídica
los que tenían el imperativo moral de acabar con su reinado. En esta línea,
otro de los métodos que solían emplear consistía en recurrir a la sátira, pues ésta,
tal y como experimenta en su persona el rey Bres mac Elatha en el relato conocido
como La segunda batalla de Mag Tuired,
era capaz de derribar a los monarcas como si de árboles se tratara:
«En cierta ocasión, un poeta [file] llegó a la casa de Bres solicitando hospitalidad (esto es, Coirpre mac Etain, el poeta de las Túatha Dé). Entró en una estrecha, negra, oscura y pequeña casa; y allí no había ni fuego ni muebles ni ropa de cama. Unos panecillos le fueron servidos sobre una pequeña fuente, sin otro acompañamiento. Al día siguiente se levantó y no estaba agradecido. Mientras cruzaba el patio dijo,“Sin comida rápidamente sobre una fuente,Sin leche de vaca con la que crece un ternero,Sin una morada de hombre después de caer la noche,Sin la compañía de cuenta-cuentos ―ésa es la condición de Bres.”“La prosperidad [maín] de Bres no existirá más,” dijo, y fue verdad. Sólo hubo ruina sobre él desde aquella hora, y ésa fue la primera sátira [hóer] que fue hecha en Irlanda».
Tal y como se aprecia en este
episodio, en tanto que símbolo de la abundancia de su pueblo, cuando el rey incumplía
alguna de las tres cualidades que la soberanía sagrada exigía de él, incluida
la generosidad, era tarea del druida hacerle comprender su error antes de que
aquél acabara con la prosperidad del reino. Pues, en efecto, la capacidad del
rey céltico para hacer florecer la tierra estaba fuera de toda duda. En este respecto,
la antigua literatura irlandesa contiene numerosos pasajes que pueden ilustrar perfectamente
esta última afirmación. Sin ir más lejos, en El libro de las invasiones podemos leer la siguiente referencia a
propósito del rey mítico Eochaid mac Erc:
«bueno fue ese rey Eochaid hijo de Erc; no hubo lluvia durante su reinado, solamente rocío. No hubo ningún año sin fruta».
Asimismo, también Conchobar,
en La embriaguez de los ulates,
aparece retratado en el texto como garante de su pueblo:
«Al cabo de un año, a quien hubiese ido allí [al Ulster] le habría parecido el cóiced, gracias a Conchobar, una fuente de abundancia [thuli] y de justicia [téchta]».
En otras ocasiones, lejos de
afirmarse directamente en los manuscritos las cualidades mágico-religiosas del
monarca para llevar la prosperidad a su reino, el pensamiento mítico que hubo
de componer estos relatos hace depender estas mismas cualidades de imágenes
simbólicas, como la formada por el árbol, de gran eficacia. Es en esta línea
donde debemos situar, por ejemplo, los famosos calderos de la abundancia que
suelen poseer algunos reyes célticos para alimentar a su pueblo, pues, de éstos,
tal como se indica en La segunda batalla
de Mag Tuired, nadie que estuviera hambriento se alejaba jamás
insatisfecho.
Cath Maige Tuired, editado en irlandés junto con una traducción inglesa por Elizabeth A. Gray, Irish Texts Society, Dublín, 1998.
Ahora bien, para ser garante y sustento de su gente el monarca debía cumplir una serie de requisitos, tanto físicos como morales, sin los cuales la soberanía sagrada había de abandonarlo. En efecto, tal como lo expresa Pedro Pablo García May, «el rey estaba obligado a ser un hombre [...] “completo” en su interior y en su exterior», pues, de lo contrario, desprovisto él mismo de la perfección, entendida conforme al ideal cético, ¿cómo podría a su vez extender ésta a sus dominios?
Por lo que se refiere a los
requisitos físicos de los reyes, éstos no podían bajo ningún concepto poseer
discapacidades o imperfecciones que les impidieran efectuar sus actividades
acostumbradas. En este respecto, el ejemplo que los especialistas acostumbran a
citar no es otro que el de Núada, rey de las Túatha Dé Danann que, tras perder uno de sus brazos en batalla,
tuvo que ceder el trono al ya citado Bres mac Elatha:
«Hubo enfrentamiento en lo concerniente a la soberanía [flathae] de los hombres de Irlanda entre los Túatha Dé y sus mujeres, pues Núada no era elegible para la realeza después de que su mano fuera cercenada. Entonces decidieron que sería apropiado para ellos entregarle la monarquía a Bres mac Elatha».
Sin embargo, tampoco Bres
pudo conservar por mucho tiempo la vara real, pues terminó por incumplir los
requisitos que obligaban al rey a seguir en todo momento el ideal de
comportamiento que el ejercicio de la soberanía exigía:
«Por parte de su familia materna ―las Túatha Dé― hubo gran murmullo en contra suya, pues sus armas estaban siempre sin engrasar. Tan a menudo como podían acudir [a la casa de Bres], no llegaban nunca a oler la cerveza ni a ver a sus poetas, ni a sus bardos, ni a sus satiristas, ni a sus harpistas, ni a sus gaiteros, ni a sus trompeteros, ni a sus juglares, ni a sus bufones entreteniéndoles en la casa».
En definitiva, Bres era
demasiado avaro y despreocupado de sus funciones como para responder a las
exigencias y necesidades de su pueblo. Por ello, como consecuencia de su falta
de atenciones para con su huésped, el poeta satírico Coirpre mac Etain, ¿cómo no
había éste de lanzar contra él la sátira que finalmente hubo de acabar con su
reinado?
Billete irlandés de una libra, del año 1989, con una representación de la reina Medb.
En efecto, el rey debía mostrar generosidad en todo momento, mas con ello no era suficiente, pues, tal como aparece expresado de forma negativa en las condiciones de matrimonio que la reina Medb de Connacht impuso sobre su marido, según le recuerda a éste al comienzo de El robo del toro de Cooley, el monarca debía ser, además, un hombre sin celos y sin cobardía:
«yo exigía un regalo de novia inusual, tal como el que ninguna otra mujer había reclamado con anterioridad de un hombre de entre los hombres de Irlanda, a saber, un esposo sin avaricia [cen neóit], sin celos [cen ét] y sin temor [cen omon]».
De hecho, no podía ser de
otro modo, pues, de acuerdo con Alwyn y Brinley Rees, dentro del marco
trifuncional indoeuropeo, «cuanto más elevada sea la
jerarquía social, tanto más ese estado social es exigente, y hay que hacer
notar que la falta más grave que pueda cometer una clase social consiste en
rebajarse al nivel de la clase que está inmediatamente debajo de ella: la
avaricia es excusable en un siervo, pero representa la negación de la vocación
del agricultor [tercera función]; el miedo no es incompatible con la misión
pacifica del agricultor, pero para el guerrero [segunda función] es el defecto
más grave; los celos [...] son una cualidad normal del carácter del guerrero,
pero pueden destruir la imparcialidad que se exige del juez [primera función]. Ahora
bien, un rey debe poseer las virtudes de todas las funciones, pero sin sus debilidades»; lo
que concuerda perfectamente con el deber sagrado de su persona para llevar la
prosperidad a su pueblo. Por otro lado, el hecho de que fuera Medb, tal como
recuerda ella misma en los primeros versos de la Táin, y no los druidas, quien exigiera de su consorte las virtudes
propias de las tres funciones como requisito para unirse con ella sobre el
trono de Connacht es un dato enormemente significativo, pues ¿qué motivos y qué
privilegios podía tener aquélla para actuar así?
Alwyn & Brinley Rees, Celtic heritage. Ancient tradition in Ireland and Wales, Thames and Hudson, Londres, 1998.
Si seguimos la opinión de los especialistas, entre ellos Georges Dumézil, bajo la óptica del pensamiento mítico Medb no sería únicamente la reina de Connacht, sino que, sobre todo, vendría a funcionar como símbolo y evemerización de la soberanía (flaith) sagrada con la que el futuro rey debía contraer matrimonio. El matrimonio sagrado, en tanto que procedimiento ritual para reconducir lo humano hacia lo divino y conseguir, de ese modo, la integración de la sociedad en la naturaleza, puede ser constatado entre los gobernantes mesopotámicos. En este respecto, al igual que sucedía en Oriente Próximo, donde los gobernantes debían unirse ritualmente con la Gran Diosa, en los antiguos relatos irlandeses también es posible localizar numerosos episodios en los que determinados personajes femeninos, deidades encarnadas, ofrecen a menudo «la amistad de sus muslos» a cambio de la tan preciada soberanía. Cierto es, los manuscritos no siempre revelan que estas mujeres representan a la Diosa Madre, pues el pensamiento mítico que hubo de sentirlo así era un pensamiento vivo, esto es, incompatible con la tiranía del papel. En efecto, al encontrarse arraigadas en lo más profundo del inconsciente colectivo de todos los celtas, este tipo de nociones y creencias podían sobrevivir en el mito, pero no en los libros; pues las letras escritas, como sabía Platón, sólo son útiles mientras el lógos que las dio a la tinta coexiste con ellas. Por ello, una vez que el regalo envenenado del cristianismo (la escritura) terminó por hacer innecesaria la presencia en Irlanda de los maestros druídicos de tradición, el transcurso de unas pocas generaciones fue suficiente para transformar la memoria en olvido y la verdad en superstición.
Sencha, el druida (ilustración de Stephen Reid).
Sea como fuere, lo cierto es
que en Irlanda, hasta la llegada del cristianismo, los encargados de componer
los relatos que conformaban la auténtica tradición fueron siempre los miembros
de la clase intelectual druídica. Éstos eran los encargados de administrar la
relación del grupo social con lo trascendente. Por ello, en tanto que delegados
de la naturaleza sagrada, es más que posible que fueran los druidas quienes
formularan en Irlanda la estructura simbólica del matrimonio sagrado haciendo de
él el mecanismo mítico a través del cual el monarca adquiría la legitimidad
para reinar. Pues, en efecto, si su sabiduría fluía y brotaba desde las aguas y
los bosques de la Gran Diosa (la Madre Tierra), ¿cómo no habían los druidas de
velar por lo humano integrado en Ella? A nuestros ojos, por lo tanto, el rey céltico
debe ser entendido como la apuesta de los druidas para alcanzar el equilibrio y
vivir en armonía con la naturaleza sagrada.








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